L'altre blog de l'Arare

lunes, diciembre 11, 2006

LABACOLLA-SANTIAGO

21-04-03
Labacolla -Santiago de Compostela (10,2 km)

Amanece con sol. Nos levantamos contentos. Va a ser la última etapa de nuestro tan traído y llevado camino. Los pies van a aguantar lo que les eche y además la etapa es corta, muy corta. Apenas van a ser 4 km más que cuando salgo de casa por las mañanas a correr, apenas 200 metros más que la San Silvestre... me digo a mí misma que "puedo". Y encima, no tengo que hacerla corriendo. Así pues, no habrá problema. Joan Salvador se lleva la mayor parte del peso de mi mochila. Me lleva el saco de dormir, las zapatillas de deporte , los pantalones y la capelina para la lluvia (que parece que no pero pesan mucho) y casi toda la ropa. Mi mochila pesa tanto en esta última etapa como una mochila del cole de uno de aquellos chicos que se dejan todos los libros en la taquilla del instituto. Me siento ligeramente culpable, pero se lo agradezco enormemente.

Bajamos a desayunar y nos encontramos con Albanel y Beni. Nuestras caras tienen toda la pinta de haber pasado una magnífica noche, sin entrar en detalles. Desayunamos, pues, y empezamos nuestra última etapa, tan deseada. Tengo que reconocer que el paisaje no me parece en absoluto atractivo. Ya lo sabía y además me lo había dicho todo el mundo: los alrededores de las ciudades nunca son agradables para caminar por ellos. Aun así, como decía la horterilla canción, tengo el corazón contento, lleno de alegría. Iniciamos la subida al Monte do Gozo. El tramo es todo por asfalto y no tiene ningún encanto, dejamos atrás las instalaciones de la televisión gallega y no puedo menos que pensar en los peregrinos de la Edad Media, que nunca se encontraron con tales "despojos", aunque tales despojos signifiquen el progreso. Mi mente empieza un monólogo o disertación consigo misma sobre lo que significa progreso, pero rápidamente expulso el tema de ella, porque prefiero concentrarme en lo que me cuenta Beni. Empezamos a hablar de sus estudios y los míos y una vez más constatamos que tenemos muchos puntos en común, aun sin tener ninguno. Albanel y el capi caminan sin hablar demasiado y sin esfuerzo aparente, teniendo en cuenta que el capi lleva su peso y casi todo el mío, no puedo dejar de estarle agradecida.

Quiero hacer especial mención de mis sentimientos en el Monte do Gozo. Todas las guías hablan de la emoción que sienten los caminantes cuando ven Santiago por primera vez . Dicen que los caminantes medievales caían de rodillas y entre sollozos entonaban cánticos en agradecimiento por haber llegado sanos y salvos después de tan peligroso viaje, por no haber sido devorados por los lobos de los montes y por no haber sido atacados por los bandoleros. Hace unos cuatro años, estuvimos en Santiago y estuvimos en el Monte do Gozo. Lo que vimos no nos gustó. Cuatro barracones mal construidos, mucha basura, un descuido total y absoluto... tanto es así que cuando en el año 2000 decidimos empezar el camino teníamos muy claro que nuestra última noche no la queríamos pasar en este refugio. Años después de nuestra fugaz visita, parece que "arreglaron" todo el recinto, convirtiéndolo en centro de acogida para peregrinos, turistas, congresos y viajes de estudios, aparte de ciudad universitaria. O sea que el atractivo para el peregrino es igual a 0. Por lo menos para nosotros.

Cuando pasamos por el mencionado centro aproveché para entrar un momento a un bar con pinta de bar de universidad para hacer un pis. Cada vez que tengo que utilizar un lavabo y los demás se quedan tan frescos esperándome me pregunto por qué la Naturaleza me dotó de una vejiga del tamaño de un cacahuete y me dan cierta envidia esos que tienen la suerte de no conocer todos los servicios de todos los sitios a los que van. Entré, esperando sentir "algo", aparte del alivio correspondiente después del pis. Pero lo único que sentí fueron las miradas de los pocos chicos y chicas que estaban desayunando en aquel momento y que me miraron como quien oye llover. Sé que la comparación no es muy buena, pero también sé que si hubieran estado atentos a la lluvia su mirada habría sido la misma. Mirar sin ver, ver sin mirar. A mis "buenos días" uno de ellos respondió con un "jmm" que tanto podía ser otro "buenos días" en idioma universitario como un ladrido. Absorta en mis poco románticos pensamientos recorrí el recinto, cumplí mi misión y volví a salir. Había sentido exactamente lo mismo que cuando iba a los encuentros en la Universitat Oberta de Catalunya y entraba al bar, tomaba un café, iba al servicio y me volvía a las aulas. Esta vez me alegré de no tener que ir a clase. El capi, Albanel y Beni seguían con unas caras sonrientes que no cuadraban con mis austeros pensamientos. Mi ánimo se iba llenando de niebla por momentos.

Por suerte, Beni retomó la conversación sobre los estudios y me concentré en el tema. Llegamos a Santiago sin pena ni gloria. Atravesar Santiago tampoco fue lo más emocionante que haya hecho en mi vida, pero sí tengo que reconocer que cuando llegamos al Obradoiro mi corazón dio un par de latidos extra. Crucé una mirada de complicidad con el capi. Por fin, las piedras bruñidas por la pátina de los siglos tenían a bien aceptar a este par de locos peregrinos a plazos, por fin la majestuosidad barroca y sucia de la catedral nos daba la bienvenida.

Entramos al lugar donde te dan la compostelana (o compostela, que no sé muy bien si es una u otra, porque unos hablan de compostela y otros de compostelana)... Albanel y Beni nos acompañaron, pero ellos no tenían ningún interés en recoger la compostela. Presentamos las credenciales, los funcionarios comprobaron que, efectivamente, habíamos recorrido casi 800 km para llegar hasta allá. Nos miraban con cara de funcionario, pero funcionario sonriente, como acabado de desayunar. Nos preguntaron por qué motivo habíamos hecho el camino. De todas las respuestas posibles escojimos una: "cultural". "¿Seguro que no lo han hecho por motivos religiosos?" "Segurísimo, oiga". "Bien. Entonces no tienen derecho a la compostelana". Mi espíritu laico experimentó una sacudida. "¿perdón?". El sonriente funcionario nos entregaba ya un certificado en el que consta que hemos caminado desde Saint Jean Pied de Port (que no es mi caso,porque yo empecé en Roncesvalles, pero daba igual) hasta Santiago... pero "aquello" no era la compostelana.

Sí: sé que da igual. Sé que no es significativo. Sé que es una tontería. Sé que... todo eso lo sé. Pero yo me había "tragado" 800 km de barro, piedras, ampollas, tendinitis, dolores musculares, puntitos rojos en los pies, lágrimas, risas, cierto componente espiritual, aunque no fuera religioso y para mí era como haber estudiado una asignatura que no tienes demasiado claro para qué la estás haciendo, que te da penas y alegrías, que te hace trabajar de lo lindo, para que al final, el profesor te dé una papeleta donde te diga "Apto", en lugar de ponerte un Excelente, que es lo que crees tú que te mereces. Me sentí así, ¿qué puedo hacer? ¿mentir? pues no. Me sentí estafada. Y el capi, en cierto modo, también...
21 d’abril de 2003

De Labacolla a Santiago de Compostel·la

Deu quilòmetres dos-cents metres.
Surt el sol. Ens llevem contents. Aquesta serà la darrera etapa del nostre accidentat camí. Suposo que els peus aguantaran el que calgui i a més a més l’etapa serà curta, molt curta. Amb prou feines seran quatre quilòmetres més que quan surto al matí de casa i vaig a córrer, dos-cents metres més que la Sant Silvestre. Em dic a mi mateixa que “puc fer-ho” i que a més, no l’he de fer corrent. Així doncs, segur que no hi haurà problema. En Joan Salvador s’emporta la major part del pes de la meva motxilla, com ja sabem. Em porta el sac de dormir, les sabatilles d’esport, els pantalons i la capelina per a la pluja, que sembla que no però pesen molt i gairebé tota la roba. La meva motxilla pesa tant en aquesta darrera etapa com una motxilla del col·legi d’aquells nens que es deixen tots els llibres a la taquilla de l’institut. Em sento una mica culpable, però li ho agraeixo enormement.

Baixem a esmorzar i ens trobem amb l’Álvaro i la Beni. Les nostres cares tenen tota la pinta d’haver passat una nit magnífica, sense entrar en detalls. Esmorzem, doncs i comencem la nostra última etapa, tan desitjada. He de reconèixer que el paisatge no em sembla en absolut atractiu. Ja ho sabia i a més m’ho havia dit tothom: els voltants de les ciutats no ho són mai, d’agradables, per caminar. Tot i això, com diu la famosa i hortera cançó, tinc el cor content, ple d’alegria. Iniciem la pujada al Monte do Gozo. El tram es fa tot per l’asfalt i no té cap mena d’encant. Deixem enrere les instal·lacions de la televisió gallega i no puc fer altra cosa que pensar en els pelegrins de l’Edat Mitjana, que mai no es devien trobar amb aquestes escorrialles, encara que aquestes escorrialles signifiquin el progrés. La meva ment comença un monòleg – altra vegada- amb ella mateixa, sobre el significat de progrés, però ràpidament m’espolso el tema del cap, perquè prefereixo concentrar-me en el què m’explica la Beni. Comencem a parlar dels nostres estudis i una vegada més constatem allò que tenim molts punts en comú, tot i semblar que no en tenim cap. L’Álvaro i en Joan Salvador caminen en silenci i sense esforç aparent. Vull fer menció especial dels meus sentiments al Monte do Gozo:

Totes les guies parlen de l’emoció que senten tots els caminants quan veuen Santiago per primera vegada. Diuen que els caminants medievals queien de genolls i entre sanglots, entonaven càntics en agraïment per haver arribat sans i estalvis després d’un viatge tan perillós, per no haver estat devorats pels llops de les muntanyes i per no haver estat atacats pels bandolers.

Fa uns quatre anys vam estar a Santiago – en cotxe- i vam anar al Monte do Gozo. El que vam veure no ens va agradar gens. Quatre barracots mal construïts, moltes escombraries i un abandonament total i absolut, tant és així que quan, l’any 2000 vam decidir començar el camí teníem molt clar que la nostra darrera nit no la passaríem en aquest refugi. Anys després de la nostra fugaç visita, sembla que s’han arreglat els barracots i tot el recinte, convertint-lo en centre d’acollida per a pelegrins, turistes, congressos i viatges d’estudis, apart de ciutat universitària. O sigui que l’atractiu per al pelegrí és igual a zero. O al menys per a nosaltres.

Quan passem pel mencionat centre aprofito per entrar un moment en un bar que sembla el bar de la Universitat, per anar al lavabo. Cada vegada que he d’utilitzar un lavabo i els altres no, em pregunto per què la mare Natura em va dotar d’una bufeta tan petita i envejo aquestes persones que tenen la sort de no haver de conèixer tots els lavabos de tots els llocs allà on van. Entro, esperant sentir alguna cosa, apart de l’alleujament corresponent, però l’únic que sento al meu damunt són les mirades dels pocs nois i noies que hi ha esmorzant en aquell moment, que em miren com si jo fos un moble. Mirar sense veure-hi, veure-hi sense mirar. Quan els dic bon dia un d’ells respon amb un hmmmm que tant pot ser un altre bon dia en idioma universitari com un lladruc. Absorta en els meus poc romàntics pensaments recorro el recinte, acompleixo la meva missió i torno a sortir. El sentiment és exactament el mateix que quan anava a les trobades de la UOC, em prenia un cafè al bar i tornava a les aules. En Joan Salvador, l’Álvaro i la Beni continuen amb unes cares somrients que no quadren gens amb els meus austers pensaments. El meu ànim es va omplint de boira per moments.

Per sort la Beni va reprèn la conversa sobre els estudis i em concentro en el tema. Arribem a Santiago sense pena ni glòria.
Travessar Santiago no és el més emocionant que he fet a la meva vida, però si que he de reconèixer que quan arribem a la plaça de l’Obradoiro el meu cor fa un salt i un parell de batecs extra. Creuem una mirada amb en Joan Salvador. Per fi, les pedres brunyides per la pàtina dels segles acceptaran aquest parell de bojos pelegrins a terminis. Per fi la majestuositat barroca i bruta de la Catedral ens dóna la benvinguda.

Entrem en un lloc on et donen la Compostel·la. L’Álvaro i la Beni ens acompanyen, però ells no tenen cap intenció de recollir-la. Presentem les credencials. Els funcionaris comproven que, efectivament, hem recorregut gairebé 800 quilòmetres per arribar fins allà. Ens miren amb cara de funcionari – somrient- però funcionari. Ens pregunten per quin motiu hem fet el camí. De les respostes possibles, n’escollim una, gairebé a l’uníson: per motius culturals.

- Segur que no ho heu fet per motius religiosos?
- No, no, no, no, nosaltres no som creients.
- Bé. Llavors no teniu dret a la Compostel·la.

El meu esperit laic experimenta una bona sacsejada.

- Perdó?

El somrient funcionari ja ens està lliurant un certificat en què consta que hem caminat des de Saint Jean Pied de Port – que no és el meu cas, perquè jo vaig començar a Roncesvalles- fins a Santiago.

Però allò no és la Compostel·la. Sé que és igual. Que no és res significatiu. Que és una bajanada. Que... tot, ho sé tot. Però jo he suportat vuit-cents quilòmetres a través de fang, pedres, butllofes als peus, tendinitis, dolors musculars, puntets vermells, llàgrimes, somriures, cert component espiritual – encara que no religiós- i per mi és com haver estudiat una assignatura per treure nota i que m’acabin donant un “apte”. Jo em sento així.

Què hauria de dir, ara, mentre em trobo reestructurant aquesta memòria? Hauria de mentir? Hauria de fer veure que vaig estar contenta? Doncs no ho vaig estar. Em vaig sentir estafada. I en Joan Salvador, en certa manera, també.

Una vegada recollit el certificat anem a prendre un cafè amb llet. Tots quatre tenim una sensació una mica estranya. La Beni se’n va a recollir el cotxe per portar-lo a un pàrking proper a la Catedral i perquè puguem deixar les motxilles, ja que pensem prendre’ns el dia “lliure” per passejar per Santiago. Arribem a la plaça de l’Obradoiro altra vegada i recordo quan hi vàrem ser pel setembre amb el Manolo i la Myriam, com a turistes, envoltats de tanta gent.

Aquest cop som pocs. Uns vint o trenta pelegrins, com a molt, més les persones que habitualment han de treballar per allà i alguns turistes, però la veritat és que, en comparació amb les altres vegades que hi hem estat, hi ha poca gent, molt poca, així que el sentiment també és nou.

A part de la petita frustració amb el certificat i a part de no sentir allò especial que jo m’havia imaginat, interiorment tinc la certesa que encara em falta alguna cosa però no sé ben bé què és. Em pregunto si no és el fet de no haver-hi arribat a l’època prevista, el fet d’haver tingut tants inconvenients amb els peus o el fet d’haver-hi arribat amb uns amics nous amb qui no comptàvem, sense la presència d’en Gerard. No sé ben bé què és, però a mi em falta alguna cosa no controlada.

Quan arriba la Beni amb el cotxe anem a deixar les motxilles i ens dirigim cap a la Catedral. En Joan Salvador i jo volem assistir a la missa de pelegrins. Mentrestant, la Beni i l’Álvaro aprofiten per fer una visita al museu, ja que ells no són creients. Encara que nosaltres tampoc, ens ve de gust de participar en aquesta missa, d’alguna manera, tan esperada.

Hem arribat. Sap greu que en aquesta vida no es pugui ser sempre sincer, sap greu que de vegades per dir una veritat t’hagis de sentir discriminat. Però això només és un símbol. Un símbol més. Ara em trobo a la catedral, per segona vegada en tot el meu camí assistiré a una missa de pelegrins. Sempre, sempre, les circumstàncies o el meu destí m’havien negat aquesta possibilitat. Sempre he pensat que als Sants no els agrado. I Santiago s’ha fet pregar, abans d’admetre’m. I encara penso que no m’ha admès, però no té més remei que acceptar que he arribat, mal que li pesi. Tinc en Joan Salvador al meu costat i a l’altre costat un parell de turistes anglesos. Sé el que em passarà. Sé que m’agradarà recordar tota la cerimònia, fa molt temps que no vaig a missa, a no ser per assistir a algun funeral. Sé que en el moment de donar la pau em quedaré tallada i després de fer-li el petó a en Joan Salvador no sabré si li he de donar la mà al turista del meu costat, a la monja del davant i als del darrere o si m’hauré de quedar quieta amb cara de pòquer. Sempre em passa el mateix. Si fos veritat que existeix un Déu i el seu fill va instaurar tota aquesta parafernàlia, cada vegada que arriba el moment de donar-se la pau, que abans, quan jo encara era creient, consistia només en sentir el capellà que deia “La meva pau us deixo, la meva pau us dono” però que a partir de no recordo quan es va decidir que li havies de donar la mà als que tens al costat perquè si no ho fas quedes fatal, cada vegada que arriba aquest moment , dic, Déu es deu divertir molt amb mi, veient com dubto. No he sentit cap mena d’emoció en arribar. Quan he posat la mà allà on tothom la posa, pedres gastades pel frec de milions de mans al llarg de tota la història, he sentit fins i tot una mica de fàstic. Quan he posat el front, com feia tothom, al cap del Mestre Mateo “perquè em transmetés la seva saviesa”, m’he sentit absurda. En algun moment tinc ganes de plorar, però no de l’emoció sinó de la ràbia, de la impotència, per no ser capaç de sentir allò que jo pensava que sentiria, comença la missa.

Quan el sacerdot beneeix els pelegrins, quan comença a enumerar-nos un per un, quan sento les paraules “y dos peregrinos procedentes de Girona, que llegan caminando desde Sant Jean Pied de Port”, llavors és el moment en el qual les llàgrimes surten sense aturador i per tots els porus de la meva pell comença a sortir l’emoció continguda, aquella que jo no he sabut trobar en els darrers quilòmetres.
A l’hora de la pau, la monja del davant em soluciona la papereta, ja que es tomba cap a nosaltres i, somrient, ens desitja la pau donant-nos la mà.

Acabada la missa, treuen el Botafumeiro. Som tan pocs a la Catedral, que allò és una veritable sorpresa. Em torno a emocionar, però ara ja ni tan sols sé per què. En Joan Salvador està content. Fem fotos, però després ens en adonem que l’important ha estat veure’l i olorar-lo.

La cerimònia següent consisteix a besar el Sant. A mi aquest fet em posa nerviosa. M’imagino que només abraço un tros de pedra, que és exactament el que estic fent. Mentre fèiem cua per abraçar-lo m’anava pensant quin desig li havia de demanar. Jo ho faig sense cap mena de fe. En aquests moments, en Joan Salvador té molta més fe que jo.

Ara ja hem arribat a Santiago. I ara... què?... potser arribar a Fisterra?

3 Comments:

Blogger Manuel said...

Hoy, que me he levantado más temprano que de costumbre (y ya es decir) he leído un comentario que pusiste en mi blog mientras haces el camino de vuelta por los canales de la France. Sobre los barcos ya te contaré. Mirando tus otros blogs aparezco en este y... chica, vaya vicio, acabo de tragármelo entero. Unas veces me has hecho sonreir y otras casi he llorado contigo. Para simplificar, es como si hubiera recién terminado una de esas escasas comidas donde el ambiente es inmejorable, el servicio elegante, los manjares excelentes, la cantidad justamente escasa y los postres reconfortantes.
Gracias por haber podido leer esto. Y gacias por haberlo escrito.
Ah, tengo un relato sobre Santiago. Ya lo leerás.
Abrazos.

14 agosto, 2007  
Anonymous María said...

Llevo todo el día leyendo tu diario... Hace tiempo, más un año que lo tenía pendiente. Entonces no había hecho el Camino... Y leyéndote a ti he pensado que he tenido mucha suerte de sobrevivir a todos mis percances y poder terminarlo. Fui de Roncesvalles a Muxía, aunque lo hice a mi bola... no soy nada religiosa con nada.

Te he estado linkeando por etapas, en algo que estoy construyendo. Pero al llegar al final me ha dado cuenta de que tienes un link que prohibe copiar... Si te parece mal, por favor escríbeme y se borra todo.

Me ha apasionado tu narración, que lo sepas. Haces reflexiones muy interesantes. Increíble, intenso, sentido, apasionado y apasionante.

Gracias por compartir la experiencia...

Un abrazo

08 agosto, 2009  
Blogger Ramon Aladern said...

"Val més caminar amb esperança que no pas arribar"

26 septiembre, 2010  

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